A quien le quede el saco… Que deje el salón de clases
La vida nos presenta muchos obstáculos; ¿Qué comprar en la cafetería si solo tienes 5 pesitos?, ¿en qué cafetería confiar para la salud intestinal de un jaguar hambriento?, ¿hacer tarea o ver series?, ¿investigar los planes de estudio de la universidad que quieres o ignorar el hecho de que se te acaba el tiempo en la preparatoria un día más? Trabajo, amigos y el siempre complicado "status amoroso".
Pero uno de ellos, definitivamente, no debería ser la persona que tiene autoridad sobre nosotros por 50 minutos o más de 3 a 5 días a la semana.
¿Qué estoy insinuando? Creo que conocemos la respuesta a esa pregunta, y estoy segura de que ya es momento de hablarlo.
Lamentablemente, tenemos esta costumbre nefasta de hacer algo hasta que nos vemos afectados por el problema. Nos gusta jugar con fuego, vivimos para descubrir a la mala si nos quema o no. Pero ya que nos quema, no podemos evitar dar lujo de detalle sobre la gravedad del asunto.
Pero ¿aplica en la escuela cuando se está hablando de un maestro? Aparentemente sí, porque nos gusta confiarnos; nos gusta tratar de ganar una guerra en la que se nos olvida que nuestro "contrincante" tiene el poder de mover las piezas a su antojo, y que rara vez se hará algo al respecto sin que haya consecuencias hacia nuestra integridad como alumnos.
En este caso, siento que es pertinente compararnos con la expresión del "sexo débil". Aunque no se trate de ese debate, somos los peones de este gran monopolio, y, como en el caso del sexo débil (o la idea estereotípica de este) solo la unión hace la fuerza: solo juntos en la gran mayoría se nos es concedida la victoria.
Pero ¿por qué es necesario tanto argüende? Tan fácil que sería si todos los docentes cumplieran con los criterios básicos para tratar con adolescentes y, me atrevo a decir, tratar con cualquier persona...
Dentro de las instalaciones de la PFLC, se vive una dictadura en casi todas las aulas, en algún momento del día. Le han dado la autoridad a gente que se ve cegada por ella, que por tener un mal día no logra separar lo personal de lo profesional. Que tienen una sed enfermiza de conquistar todo; que ni siquiera piensa en confrontar alguna situación que no haya sido de su agrado. Que niegan ser tiranos, pero demuestran siempre querer tener la razón y juegan sucio, como niños mal criados, cuando se sienten en desventaja, cuando creen que su autoridad se ve amenazada por un pensamiento crítico que resulta ser coherente, pero no es el suyo.
Se vive día con día, y lo peor del caso es que los directivos reconocen esta problemática. Los colegas de estos d(ictadores)docentes están conscientes del problema y eligen estar bien con ellos: utilizan excusas como "es su manera de enseñar" o "es la manera de ser del profe". Hoy vengo a expresar mi inconformidad ante esas frases tan repetidas por las personas que deberían ser los primeros interesados en hacer algo al respecto.
Las cosas no deberían de ser así. No tenemos por qué preocuparnos por el humor del maestro al pensar en cómo salimos al final de un parcial, o preguntarnos si nos veremos afectados por aquel día en el que el docente hizo berrinche y le bajó un punto a todo el grupo.
No deberíamos preguntarnos si la persona que fue elegida para guiarnos en el ámbito escolar está mentalmente estable para cumplir con dicha función. No tendríamos por qué vernos afectados por cosas que no deberían influir en nuestra vida.
Pero no vamos a ser como ellos. No voy a culpar a todos y generalizar estas conductas diciendo que es problema de todos los docentes que han entrado a las aulas, no.
Por eso, le presto mi voz a mis compañeros y, por este medio, digo que, a quien le quede el saco, se lo ponga y se retire de tan loable labor como la docencia.
Por Mariana Salinas.